
Revista DM2
Junio 2017
Trazos desde el islam
RAHIM
Por Carolina Chocrón
Raúl se lava las manos, la cara, los brazos, los pies, y se pregunta cómo fue que sucedió esto. Hace tan solo cuatro años atrás había escuchado con tristeza oculta y enojo manifiesto que su hijo había abrazado el islam. Trató de convencerlo de que abandonara su fe, le dijo que le habían lavado el cerebro, que tuviera cuidado, que el terrorismo, que las noticias…
Raúl prepara la alfombra para realizar el rezo del magrib y recuerda el miedo a perder a su hijo, esa sensación de agua que se escurre entre las manos, de arena cayendo por el reloj… De pie en dirección a la quibla repasa mentalmente pequeños cambios en la rutina: no más cerveza, ni vinito, no más alcohol, no más picada con salame y jamón. Y recuerda también otros cambios, más profundos, más impactantes que ver a su hijo levantarse a la madrugada para rezar antes del amanecer, o que presenciar el mes completo de ayuno (y encima en pleno invierno): cambios en el carácter, en el vínculo que los une. Gradualmente las discusiones habían dado paso a conversaciones respetuosas, a intercambios de opiniones cordiales, a diálogos interminables. La tensión se iba y lo que venía era cierta complicidad, recuperar el sentido del humor, y el sentido del asombro. Eso de que “a los padres ni uf” se lo había tomado bien en serio.
Luego de cuatro años los miedos se desvanecieron y las noticias empezaron a sonar huecas, básicamente por el nivel escandaloso de generalización. Y ya no era necesario el alcohol para amenizar la velada, y lo del jamón tampoco era para tanto, que el pastrón también está rico, y hay aceitunas y tantas otras cosas para compartir. ¡Qué cosa rica los dátiles! Y las lecturas… ¡Qué manera de leer! Que el Corán, que los hadices, que los libros de historia, que las vidas de los profetas, listas interminables, preguntas que se responden con más preguntas, libros que remiten a otros libros, palabras que se enlazan con otros significados, y todo remitiendo una y otra vez al corazón, cosa rara… La primera visita a una mezquita, y de pronto ya no se sentía tan de otro pozo, sin saber por qué todo le resultaba extrañamente familiar.
Justo antes de hacer el takbir recuerda que su nombre ahora es Abdur Rahim, que significa “siervo del Misericordioso”. Quizás fue eso, la misericordia, o lo de servir, o el amor de su hijo, o… La gratitud le acarició el alma y disipó las nubes de la duda. Dijo “Allahu Akbar” y se sumergió en la oración.
Abril 2017
Trazos desde el islam
EL PILAR INVISIBLE
Por Carolina Chocrón
La práctica del islam se sostiene en cinco pilares: la shahada (el testimonio de fe que consiste en atestiguar que no hay dioses sino Dios, y que Muhammad es Su siervo y mensajero), el salat (las cinco oraciones diarias), el zakat (la limosna), el ayuno del mes de Ramadán y el Hayy (la peregrinación a la ciudad de Meca). Dicen los grandes sheijs que estos son los cinco pilares visibles del islam, y que hay un sexto pilar, invisible pero fundamental, sin el cual el resto no tiene sentido.
A través del profeta Musa (Moisés) recibimos los diez mandamientos, expresados en el libro del Éxodo y en el Deuteronomio, a modo de principios éticos que regulan la vida en comunidad y el vínculo con Dios. El profeta Isa (Jesús), que Allah los bendiga a ambos, habló de este pilar invisible cuando dijo que no venía a cambiar ni una coma de las Escrituras, sino simplemente a agregar un mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Según los hombres sabios, cumpliendo este mandamiento, se cumplen todos los demás: es que si amás a tu prójimo como a vos mismo, ¿acaso podés codiciar sus bienes, podés robarle, o herirlo de alguna manera? Del mismo modo, ¿qué sería del salat si lo hiciéramos sin amor? ¿Qué sentido tendría atravesar el océano para visitar la ciudad sagrada de Meca si el amor no guiara nuestros pasos?
Dios es tan generoso que nos brinda la posibilidad de expresar el amor de múltiples y diversas maneras: ya sea en el seno de nuestra familia, o con nuestros amigos, vecinos, incluso con las personas que no conocemos. También somos el vehículo de Su amor cuando cuidamos a los otros seres que tenemos a cargo, tales como plantas y animales, y podemos serlo cuando trabajamos y hacemos nuestras tareas cotidianas.
Hay personas admirables que desparraman amor por donde pasan, que saludan a todos y cada uno, que se ocupan de saber cómo están, qué necesitan, que los ayudan, los consuelan, los alivian, que salpican alegría, aun cuando quizás sus propios dolores no les estén dando descanso. Luego de cruzarse con ellas, el barrio tiene otro color, hasta se podría decir que tiene otro aroma. Es muy hermoso impregnarse de sus abrazos y salir a perfumar la ciudad. Dicen por ahí que las mejores personas son aquellas que al verlas te hacen recordar a Dios. Doy gracias por tener tantos “recordatorios” a mi alrededor… y porque son tan contagiosos.
Es como dicen los Beatles: “al final, el amor que te llevas, es equivalente al amor que das”.
Marzo 2017
Trazos desde el islam
BENDECIR
Por Carolina Chocrón
Mi familia no es musulmana. Por eso cuando mis tíos o mis primos, por ejemplo, me invitan a comer, siempre me preguntan qué alimentos tengo permitidos y cuáles no, de acuerdo a mi religión. En principio es bastante sencillo: no como cerdo ni tomo alcohol. Tengo que aclarar que no comer cerdo significa no ingerir ninguno de sus derivados, lo cual incluye alimentos a base de carne vacuna que contienen pedazos de tocino o grasa de cerdo en su elaboración. A pesar de que en nuestro país se consume habitualmente más carne de vaca y de pollo que de cerdo, lo más común es que me hagan varias preguntas acerca de posibles alternativas. Todavía les sorprende que a la hora de brindar beba agua o gaseosa en lugar de vino, pero el cariño y el respeto superan por mucho a la sorpresa.
Bendecir la comida es muy importante. Nos lleva a tomar conciencia de que nuestra provisión viene de una sola Fuente. Esto fomenta en nosotros la humildad y la gratitud. Por eso antes de comer decimos “Bismillah” (en el nombre de Dios) y al terminar agradecemos diciendo “Alhamdulillah” (alabado sea Dios).
De todas maneras, es bueno recordar que lo más peligroso no es lo que ingresa en la boca del ser humano, sino lo que sale de ella. Cuidar lo que decimos es tan importante como cuidar lo que ingerimos. La manera en la que nos dirigimos a los demás, el buen trato, los buenos modales, son el sabor de nuestras palabras. Es deseable que al tratar con nosotros los demás se lleven un gusto dulce.
También es importante no propagar el mal. Permanentemente estamos recibiendo información a través de diferentes medios acerca de la corrupción de tal o cual gobernante, accidentes, violencia institucional, violencia en la calle, violencia machista, catástrofes, desastres naturales… Claro que debemos estar informados de lo que sucede, forma parte de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Informarnos nos sirve para reflexionar y actuar en consecuencia en pos de lo que consideramos el bien común. Nos sirve para reunirnos con otros, debatir, discrepar, consensuar y accionar de manera conjunta. En cambio escuchar y repetir incansablemente las mismas desgracias sin hacer nada al respecto ¿a quién beneficia?
Hay personas que cuando se van nos dejan un mal sabor de boca, y hay otras que con su sola presencia cambian hasta la fragancia del lugar. Se puede bendecir hablando, y también sonriendo. A veces basta un solo gesto para cambiar el perfume de nuestras acciones. Entre tantas preguntas acerca de la comida, yo me pregunto entonces: ¿Qué sabor va tener la estela que dejes tras tus palabras?

Carolina Chocrón
Musicoterapeuta, reikista y profesora de canto. Abrazó el islam a la edad de treinta y dos años, atraída especialmente por el sufismo (núcleo esotérico de esta religión). Su pasión por las letras y su búsqueda espiritual la llevaron al encuentro de los escritos de grandes maestros sufíes, tanto de siglos pasados como contemporáneos. Actualmente estudia Edición en la UBA y forma parte de la Tariqa Halveti Jerrahi de Argentina, a cargo del Sheij Abdel Qadr Ocampo.
Colaboradora Revista DM2