Revista DM2

Por Pablo Medina / DM2
Ella compone, canta y toca su música.
Solo para comprender su alcance este mes comenzaba su agenda de conciertos (ya suspendidos por motivos de público conocimiento) en el Complejo Art Media del barrio de Chacarita, y continuaba en abril por Alemania, Noruega y varias ciudades de los Estados Unidos, donde su público es local y las entradas tanto allá como acá fueron agotadas.
Juana Molina es quien popularizó su nombre en los años noventa a través de breves participaciones en programas cómicos de televisión hasta llegar luego incluso a tener el suyo propio (“Juana y sus hermanas”). Todo en ascendente éxito hasta que decidió bajarse de aquella tarima. Las preguntas sobre hacia dónde vamos y qué deseamos de nuestra vida se habrían instalado en ella. Antes de esa aventura televisiva ya se autodefinía como de profesión música y compositora. Había llegado a la pantalla chica con el propósito de lograr financiar sus proyectos musicales, para luego tras varios años solo descubrirse “famosa” sin satisfacciones, pertenencia, ni propósitos.
Ante la crudeza de necesidades en que vivimos pareciera secundario hablar sobre estos cuestionamientos. Pero no es menor considerarse vibrantemente vivo. No lo es sabiendo que mientras solo transcurrimos al fin y al cabo moriremos. Será que cual sea el lugar en que nos encontremos la vida antes que liviandad merece intensidad comenzando por la escucha de sí mismo.
Juana conoció la fama como actriz sabiendo que allí su vida no vibraba. Tuvo el coraje de renunciar a todo ello y quedar fuera. Atravesó un largo tiempo en stand by mientras -no sin cierta angustia- se decía “O hago lo mío o miraré a otros haciendo lo suyo, criticándolos porque yo tal vez lo hubiese hecho mejor.” Abandonó la seguridad de lo ya conocido. Tal vez porque percibió o bien conocía del empoderamiento de la decisión. Quizás porque el hecho de decidir junto a la capacidad creativa -inherente a todos- conformen estados de libertad y plenitud.
Hacia allí fue Juana partiendo desde cero. La hija de dos trayectorias como Chunchuna Villafañe (actriz) y el admirado cantor de tangos Horacio Molina se arrojó desde lo propio hacia lo incierto.
Al tiempo logró terminar su primer álbum “Rara”. Tuvo un arranque áspero, sin convocatoria. Persistió, estudió nuevas tecnologías que le permitirían experimentar y enriquecer su música. Sabía que podía ofrecer un color propio que otros pudieran disfrutar. ¿Cómo llamaríamos a esto? Fe. Tenía la certeza de aquello que aún no sucedía, ni sucedería... Al menos en nuestro país, en donde la crítica sin comprender su estilo la descartó. Tan lapidarios fueron que terminaron por desplomar a Juana. Se fue del país a vivir en la ciudad de Los Ángeles. Allí sin sospecharlo pronto sería observada por oídos sedientos de algo distinto y potable.
Su decisión acompañada de su arte fueron -en el tiempo- conduciéndola hasta participar de una gira por Estados Unidos. Abrió conciertos como telonera de un renombrado músico: David Byrne. Estos eventos armaron la vidriera desde donde luego sería invitada a presentarse en estaciones de radio y televisión especializados en música. Clásicos festivales como el de Glastonbury, de Inglaterra, e innumerables conciertos en pequeños teatros, pubs y centros de arte. Hoy admirada incluso por músicos como los británicos de Radiohead, en donde su baterista Phil Selwai, reconoció haber realizado su último álbum influenciado por la música de Juana Molina.
Compositora, intérprete y solista del género de vanguardia denominado folktrónico, puso su nombre arriba de la mesa del consumo europeo, norteamericano y asiático antes que del argentino. Es una de las pocas artistas actuales del país con estas características.
Será que tras cada decisión que aunque pequeña incluya al corazón, siempre habrá algo constructivo que saber contarnos.
Juana Molina, Radio KEXP studio, Seattle, Washington (2014)
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