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Por Pablo Medina
Dibujo: Liliana Vicente
Mayo 2020

La radio, es el primer medio de comunicación que transportó voces replicando a aquellas ancestrales reuniones en que grupos humanos escuchaban relatos, enseñanzas, y por la cual la humanidad construyó cultura.

Ella generó y posibilitó infinidad de reuniones alrededor suyo. En un mundo moderno, la tradición oral se hizo más presente que nunca antes, se impuso como fuente y tronco de esos nuevos encuentros masivos, abiertos a la imaginación y la interioridad.

 

Ya la lectura del libro había desencadenado el pensamiento hecho voz en papel, y de allí en más, solo la aparición de la radiodifusión reinstaló el habla como único elemento comunicacional. Al día de hoy mantiene esa propiedad intacta como parte de su patrimonio, ya que la escucha reclama para sí misma un grado de atención que la imagen no requiere: cine, televisión, video, fotografías, gráficas y dibujos, gusten o no, siempre seducen.

Hay diferencias entre simplemente Mirar, o realmente Ver. Mirar abriendo nuestros ojos o ver abriendo nuestras almas. Pero cuando solo somos receptores la exigencia de escuchar es mayor. Oír, es percibir sonidos sin tal vez necesariamente comprender, pero escuchar reclama una apertura semejante al de abrir y ver.  Por ello más fácil es hablar que escuchar, preferimos abarrotarnos de palabras antes que ofrecer oídos atentos.

Tal como en la música, cuando deja de ser repetitiva y monótona requiere del intelecto, del apreciar diversos sonidos que convergen en la magia que nos atraviesa y también altera. Que se captan solo con la participación del silencio. Magia sutil, que en el caso de la radio debe lidiar con la espectacularidad de las pantallas, la imagen que acapara sentidos y embute a cada uno bajo el dominio del entretenimiento, del manejo entre otras cosas de nuestro tiempo, o como decía Guy Deboard: "El espectáculo es, en general, como inversión concreta de la vida, el movimiento autónomo de lo no viviente."

La radio es magia, y es a la  televisión como la fotografía blanco y negro es a la color. La voz no posee el impacto de la imagen, su riqueza radica en que no abstrae ni engulle, conecta subjetividad. Es elemento de comunicación libre de escenarios. Posee la cercanía e intimidad que provee el habla, ese registro cálido e inmediato sobre quiénes somos en el contexto universal. Debiendo ella bancársela solita frente a la atención de los oyentes. Ser captada por todo aquel que se encuentre dispuesto como receptor activo en el pensamiento.

Ella es hoy junto a la palabra impresa la artesanía comunicacional de este presente. Es nuestra foto en sepia, nuestro cine mudo, nuestro dibujo o pintura al óleo. No requiere de maquillaje, solo de una apertura semejante al Ver. 

Como toda artesanía será un vehículo de regreso a muchos, porque ella posee ese único cuerpo sonoro y esencial: la piel humana hecha voz.   

Los siguientes auspiciantes siempre nos acompañan 
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