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Febrero 2018

Trazos desde el islam

Por Carolina Chocrón

El Imam Abu Hamid Muhammad Al-Gazzali sabía que lo más importante eran las preguntas, tenía bien claro que las respuestas estaban por todos lados, casi al alcance de cualquiera. El “casi” tenía que ver con una sola cosa: saber formular las preguntas. Las respuestas son puertas. Las preguntas son llaves. Y Al-Gazzali era un excelente “cerrajero”. 

Nació en la ciudad de Tus, en la región del Jorasán, en el año 1058. Falleció en la misma ciudad el 18 de diciembre de 1111. Entre los siglos IX y XII esta región gozó de una abundante y fructífera actividad intelectual y espiritual islámica, y albergó a grandes sabios que dejarían su huella en los caminos de varias generaciones de buscadores.

Al morir su padre, un amigo sufí de éste se dedicó a educarlos a él y a su hermano. Hasta que los recursos escasos con que contaban se agotaron y se internaron entonces en una madrasa como estudiantes. Así fue que Al-Gazzali continuó su camino de conocimiento. Tuvo a los mejores maestros de su época, a los que fue encontrando mientras viajaba de ciudad en ciudad. En algún momento se casó y algunas fuentes afirman que tuvo un hijo. Al mismo tiempo fue profundizando su relación con el sufismo. Comenzó a escribir y a disertar sobre temas de derecho islámico y otras ciencias afines, lo designaron profesor titular en la cátedra de teología en la Madrasa Nizamiya de Bagdad, y pronto adquirió tal fama de sabio que llegó a tener alrededor de trescientos discípulos. Tenía treinta y tres años.

 

Se dice que por ese entonces, de la mano del sheij Al-Farmadhi, comenzó sus prácticas espirituales de ascetismo y devociones supererogatorias. Al-Gazzali seguía puliendo su habilidad de formular preguntas, pero las respuestas que encontraba no abrían las puertas que él tanto ansiaba.

Comenzó a cuestionarse a sí mismo. Reconoció que su intención al enseñar no era servir a Allah, sino que lo que lo motivaba era el reconocimiento público. Entró entonces en una crisis profunda. Tenía treinta y siete años. No podía seguir enseñando. Su boca se secó y ya no pudo hablar. Se enfermó gravemente, tanto que le enviaron a los médicos de la corte, que pronto comprendieron que su enfermedad no era física, sino espiritual. Buscó con desesperación ayuda en su Señor. Encontró la respuesta en la renuncia a todo lo mundano. Dejó a su hermano a cargo de las clases y se desprendió de sus bienes materiales, excepto de lo indispensable, que le dejó a su familia para su manutención.

Fue el inicio de una nueva etapa de retiro espiritual mediante la renuncia y la purificación interior en soledad. Viajó a Damasco, Jerusalén, Hebrón, El Cairo, Alejandría, Hamadán, Medina y Meca. Continuó por esta senda de renuncia y pobreza durante diez años. Luego de este retiro escribió el “Ihya”, su obra más voluminosa, de unas seis mil trescientas páginas, del cual “La alquimia de la felicidad” es una síntesis. Es entre los sufíes que encuentra la teoría unida a la práctica y comprende que lo que busca “no es algo que se pueda únicamente mediante la degustación, el estado espiritual y el cambio de los atributos del carácter, porque hay una gran diferencia entre la definición de 'salud' y estar sano”.

Al-Gazzali gozó de la fama y el reconocimiento de pares y superiores. Renunció a todo eso y continuó su búsqueda. Indagó, cuestionó, coleccionó infinidad de palabras, y también renunció a ellas cuando se rindió al puro saboreo, fuente de la experiencia directa del vínculo con Dios.

En su Alquimia de la Felicidad nos muestra que el corazón espiritual es la esencia del ser humano. “El objetivo de esta alquimia es llegar a ser un ser humano completo. (…) Hay que preservar la pureza del corazón y evitar su herrumbre; eso es la lucha interior y la disciplina espiritual.” (…) “El conocimiento de uno mismo lleva al conocimiento de Allah. Y para eso es necesario también conocer este mundo, qué valor tiene, cuánta atención me merece. Y conocer el otro mundo, esa realidad oculta a los sentidos hacia el cual me dirijo”.


Este camino no está exento de obstáculos, y Al-Gazzali nos advierte que nos alejemos de los eruditos cuyos actos no coinciden con sus palabras. Con respecto a los sufíes nos dice que escasean y que es raro encontrar uno que haya alcanzado la perfección. La fantasía es uno de los mayores peligros en el camino hacia la verdad.

Casi como un testamento para quienes vamos tras sus pasos recogiendo las migajas en este camino sinuoso, nos dice:
“Así como la alquimia que transforma el cobre y el bronce en la pureza y la belleza del oro es difícil y no es conocida por cualquiera, de la misma manera, la alquimia que transforma la naturaleza del ser humano desde su condición vil y bestial en la pureza y lo precioso del estado angélico para alcanzar la felicidad eterna, es también difícil y no es conocida por todos.”


Y así vamos tras los pasos del alquimista con la esperanza de transformar el plomo en oro para alcanzar, con el favor de Dios, la alquimia de la felicidad espiritual eterna.

Carolina Chocrón


Musicoterapeuta, reikista y profesora de canto. Abrazó el islam a la 
edad de treinta y dos años, atraída especialmente por el sufismo (núcleo
esotérico de esta religión). Desde entonces forma parte de la 
Tariqa Halveti Jerrahi de Argentina, a cargo del Sheij Abdel Qadr Ocampo.


Colaboradora Revista DM2

EL ALQUIMISTA

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